Era
su rutina diaria antes de salir a su peculiar trabajo. Anderson era un tipo
joven que le gustaba comenzar su jornada laboral de manera metódica, convencido
que así, a pesar de todo, mantenía la protección divina. Se colocaba en su cuello un hermoso Rosario que le regaló su
novia Yuzmary. Lo hacía ceremoniosamente. Lo besaba tres veces invocando a las
tres divinas personas. Se santiguaba frente a la imagen de la Virgen de
Chiquínquira; la tocaba levemente con su mano izquierda, como para no
contaminarla, y con la derecha cubría su corazón que palpitaba aceleradamente
con la adrenalina, que comenzaba a fluir ante la aproximación de la aventura;
pidiéndole perdón de antemano por sus debilidades y pecados. Invocaba su
protección divina.
Salía
a su trabajo lleno de fe y esperanza para traer comida a su casa. Anderson se
montó en su moto, con todo el rigor profesional. Su caballo de acero, era de
aspecto imponentemente policial, e inició la inspección y vigilancia de su
zona. “Alto ahí”- gritó amenazador, sacando su 9 milímetro, dejando sorprendido
a su víctima. “Deme el celular o lo quemo”-sentenció.
ALÍ HERNÁNDEZ ABRAHAN
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