Desde que la vi me impresioné, su piel acaramelada, tersa y limpia, con un cutis “Camay”, como diría mi abuelita que en paz descanse, era como un papel de regalo fino que envolvía un precioso objeto de arte. Me embelesaba, no dejaba de mirarla. Ella, de reojo, debió sentir la fuerza de mi deseo, se volteó disimuladamente, y apartando sus cabellos lisos y negros, dejó que sus ojos azabaches relumbraran mi vida y de forma explosiva mi corazón se volcó, entrándome una sensación de borrachera agradable que nunca había sentido.
¿Cómo se llamaba? ¿Qué edad tenía? ¿Tendría novio? ¿Dónde vivía?.
Con mis pensamientos y mis sueños me había olvidado que estaba en clases, en el aula del Profesor Matías, “el loco Matías” para ser más exacto, que con su “Lógica” nos traía de cabezas a todos. Era viernes, y en aquel entonces estudiaba de noche, disque para trabajar en el día, pero lo cierto era que por mi edad me era difícil conseguir chamba, tener 18 años en esa época no ayudaba mucho, especialmente si eras un bachiller recién graduado que comenzaba su carrera universitaria,
Estudiaba “Administración” porque quería ser un “Gerente de Banco” igual a mi tío el banquero, que se la paseaba rumbeando con chicas lindas, y siempre soltero. ¡Ah! ¡Cómo lo envidiaba! .
De pronto, alguien me empujó para que apurara mi paso y saliera rápido del salón. Me volteé y vi a Carmen, la mujer de mis sueños, se sonrío, dibujando una línea sutil en su espectacular rostro, su boca lucía provocativa por sus labios ligeramente carnosos, eran perfectamente armónicos a su perfilada, pequeña y respingada nariz, la cual desdecía de su tipo mulato.
La verdad era que su estampa resultaba maravillosa. Aún no había escuchado su voz. Me detuve en seco, y con gesto galante la invité a que se adelantara.
Y me dijo: -Gracias guapo-
Quedé aturdido; su voz encantadora hacía eco en mis tímpanos, endulzando mi alma, dejándome expeler un suspiro largo y sentencioso, que transmitía un sentir leve, como quejido erótico, como si hubiese tenido el orgasmo más largo de mis cortos años de adolescencia.
Bueno, como dije antes era viernes en la noche. Los muchachos de la clase organizaban en el estacionamiento de la universidad una “rumba”, irían al Hotel Vargas, allí acostumbraban a presentar espectáculos en vivo los fines de semana en el área del bar restaurant. El Hotel era “dos estrellas”, siendo uno de los sitios más económicos de la ciudad, en donde los estudiantes pobres como nosotros podíamos libar unas cuantas cervecitas y no salir “estrellados”.
Vi a Carmen entusiasmada, parecía que se uniría al bonche con nosotros. Hecho el tonto me arrimé hacia donde se encontraba ella y le brindé la mejor de mis sonrisas “enlatadas”, porque tenía “frenillos de ortodoncia” en aquellos tiempos que parecían pura hojalata que brillaban intermitentemente con las luces de los automóviles que pasaban ocasionalmente por el estacionamiento, de manera que parecía un faro de playa.
Ella me observó detenidamente, hurgándome con su mirada lasciva, haciéndome sentir desnudo, provocándome un rubor de niño inocente. Tal actitud me cohibió. La verdad es que nunca me había encontrado en una situación semejante con una chica que me gustara tanto; desde que tenía diez y siete años siempre “atacaba” a muchachas que sentimentalmente no habían despertado nada especial en mí, intenté acostarme con muchas, pero siempre sucedía algo que lo echaba todo a perder.
Ahora sentía un miedo placentero, estaba realmente asustado, pero la adrenalina que corría por mi sangre me decía que pidiera más, más de esa mirada y de esa mujer cuyo rostro me fascinaba.
Aún no me había detenido a detallar su cuerpo, cuando se alejó aprecié su figura, bien tallada, con una cintura hermosa, cómoda, como para tomarla de un brinco y llevármela raptada. Luego observé su trasero, ¡Qué lindo! ¡Qué perfecto! ¡Qué singular!, ni Jennifer López tendría uno como ese, era verdaderamente espectacular. Sus piernas, a través de su pantalón ajustado, se apreciaban bien torneadas, de buen grosor y tamaño.
Me apuré para alcanzarla y preguntarle si cabría en el carro en donde ella se iría y me contestó con cierto dejo de picardía:
-¡Claro chico!, así me das un poco de calor porque tengo frío-
Sin pensarlo dos veces me adelanté para abrirle la puerta del automóvil, un Ford rojo cuya marca no recuerdo, pero del cual no olvido su amplio y cómodo asiento trasero, mullido en semi-cuero negro. La invité con gesto de actor de cine, a que se acomodara en él. Me metí rápidamente, colocándome muy cerca de ella, apurruñado como decimos por estos lares, es decir, estrechándome a su cuerpo de diosa.
De inmediato sentí un placer enorme, su calor corporal era eróticamente excitante, mi virilidad no tardó en reclamar su euforia, el carro se desplazaba suavemente, mi amigo Henry, quien conducía, nos espiaba a ratos por el espejo retrovisor sonriéndo pícaramente.
Fui poco a poco acercando mi mano a la suya y rocé sus dedos largos y finos con miedo a ser rechazado por apresurado o atrevido. Entrelacé mi mano con la de ella, inmediatamente volteó su rostro angelical y vi sus hermosos ojazos negros que brillaban de lujuria pura, mi corazón latía tan fuerte que me aturdía de manera extraña, pensaba, ¡Al fin se me dio!
(continuará) es decir To be continued