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miércoles, 28 de junio de 2017

La Inolvidable Historia de Dos (SEGUNDA PARTE)





Rimar, estiró sus bien formadas piernas para activar la circulación de las mismas. El cansancio quería aparecer en su cuerpo, pero la emoción de reencontrarse con Alexandro le impedía sentir cualquier síntoma de fatiga. Era inmensamente feliz, sus pensamientos volaban, y una sonrisa de sus labios se dibujaba, embelleciéndola más repentinamente.

Ya era mediodía y el sol comenzaba a filtrar sus rayos a través del vidrio de la ventana del tren, Rimar  la bajó queriendo sentir la brisa que emanaba del paisaje que veía. Notó que el paraje era distinto, comenzaba a observar aridez y soledad, la tierra se tornó amarillenta, el polvo se levantaba formando conatos de tornados enanos, la sequía de esa región era notable. La brisa ya no era refrescante, fría como la otra, era un viento cálido, portador de la energía del Sol radiante de aquella hora meridiana.

Aquel paisaje sórdido le recordó el desierto que fue su matrimonio, árido, que empezó con ilusiones de primavera eterna, pero terminando en un gélido invierno en vísperas de Navidad. Nunca olvidaría ese día, pero en su corazón desde hacía ya tiempo respiraba el perdón, ya no sentía ningún deseo de resentimiento, para ella fue solo una pesadilla, un mal sueño que jamás volverá a soñar. Rimar creció como mujer, esa experiencia le marcó el inicio de una nueva vida que le permitió demostrarse lo que ella valía. El amor a sus hijos ocupó su gran vacío sentimental, y dejó que Dios la guiará de Su Mano. Y allí estaba, después de tantos años buscando lo mejor se su pasado. Hace 44 años.


Alexandro buscó instintivamente en sus bolsillos la última cajetilla de cigarrillos que le quedaba, la sacó presuroso porque ansiaba fumar para compensar de alguna manera tanta ansiedad que le causaba el reencuentro con Rimar. Esos diez años de viudez fueron para él una eterna búsqueda de la compañera de vida que necesitaba para transitar los pocos años que le quedaban, pues el presentía que no duraría mucho, su vida no sería tan larga como él quisiera que fuese. Pero a pesar de todo quería vivirla intensamente, con alguien que verdaderamente valiera la pena. Fueron pocas las escogidas, mujeres bellas y agradables, sentían por él una atracción madura, interesante, pera jamás intensa como él quería. Alexandro era un hombre que deseaba amar sin límites, entregarse a una relación de verdadero compañerismo, de trabajo en equipo, de ser iguales  en necesidades de cariño, afectos y caricias constantes, de palabras amables, oportunas y generosas, sin egoísmo, sin secretos perturbadores, en fin una relación de almas transparentes que solo trabajarían para la felicidad de ambos.


Recordaba de pronto como terminó todo con Rimar, pareciera que ese archivo perdido por el tiempo retornó sin previo aviso, como recordándole lo lamentable que fue para él, esa separación, ese quiebre de su vida, de la muchacha que por primera vez le causó dolor a su alma, la que le hizo llorar en sueños para que nadie lo viera, la que arrancó de su vida la ilusión del amor eterno, el cual nunca moriría, ese rompimiento que jamás supo su causa verdadera. Con el sabor amargo de ese pasado, aspiró profundamente su cigarro y al expirar el humo lentamente vio, reflejado en él, como una fotografía, cuando Rimar y él marcaban sus iniciales en el tronco de un árbol de naranjo, que estaba cargado de sus frutos, y despedía  olor a primavera, en aquella granja donde estaban de visita. Las letras “R y A” enmarcados en un corazón, sensiblemente cursi pero adorablemente ingenuo, ese era el amor de dos adolescentes. Habían pasado 44 años.

El tren comenzaba a pasar a lo largo de la costa, el paisaje se llenó de palmeras y cocos, la brisa marina entraba a borbotones colándose vertiginosa por las ventanas. Rimar aspiraba profundamente, saciaba sus pulmones, y saboreaba la salina que trasgredía su boca, secándola con tanto viento. Levantó la ventana apresuradamente para no despeinarse, su larga cabellera estaba comenzando a enmarañarse,

La vista del oleaje, la espuma que chocaba con la arena, la llevó velozmente al pasado. Ella y Alexandro sentados en el asiento trasero del coche de su padre, Don Ernesto, que era un viejo resabiado, agricultor de mucha sabiduría y de astucia instintiva para los negocios.

Recordaba cuando regresaban de un viaje a la playa, pues a su familia le encantaba el mar y no perdían la oportunidad para disfrutarlo, sentados ella y él muy juntitos, acurrucados por el frío que entraba por la ventanilla del automóvil, con la piel quemada por el abuso del Sol, costumbre propia de jóvenes adolescentes que no perdían un minuto para saciarse de sus rayos. 


Allí, sentados, agarrados de las manos y mirándose tiernamente mientras la noche caía y envolvía de sombras el interior del coche, como imanes sus bocas se encontraban, olvidándose en donde estaban, pero Alexandro no perdía de vista a Don Ernesto que ojeaba hacia atrás viéndolos a través del retrovisor, sin lugar a dudas los pillaba en su furor de amor, pero él sonreía comprendiendo la suerte de ser jóvenes y le encantaba que su hija fuese feliz a pesar de las circunstancias de vivir en un país extranjero lejos de su hogar, sin la fortuna de antaño pero con muchas ganas de vivir. Rimar soltó una carcajada al recordar la cara de su padre al verla besar con su Alexandro, que saltó del susto cuando los descubrieron en esa travesura de amor. Hacía ya 44 años.


El tren presuroso recorría sus rieles, pero a Alexandro le parecía que iba lento, su ansiedad por ver de nuevo a Rimar lo angustiaba, y su mente se llenaba de preguntas, de dudas, de todas las incógnitas que el tiempo había escondido entre los dos. ¿Todavía le gustaría? ¿Qué sentiría por ella al verla? ¿Cuánto habrá cambiado? En fin eran demasiadas las cosas que le angustiaban. De pronto el vagón oscureció, la sombra de una tormenta que arropaba al tren lo sorprendió, rayos y relámpagos comenzaron a aparecer y estruendosos truenos ensordecieron a los pasajeros. Rápidamente Alexandro subió su ventana, las gotas de agua helada que entraban a raudales lo pinchaban como agujas despertándolo de sus reflexiones, regresándolo drásticamente a la realidad.

Rimar terminó de cerrar bruscamente su ventanilla, la tormenta no la perdonó, su hermosa cabellera se empapó sin piedad, molesta con ella misma por no haber sido precavida sacó una toallita de su bolso y procedió a secárselo meticulosamente, luego, tomó un cepillo que siempre guardaba celosamente para casos de emergencia como ese, acarició su cabellera rubia para que tornara fácilmente a su elegancia original. Los truenos le causaban pánico al igual que los rayos, pero ella era una mujer de temple, valiente, incapaz de mostrar sus debilidades ante un público extraño. La ventana le ofrecía un paisaje nublado, los árboles se agitaban con la fuerza del viento, y las figuras que posaban en el campo ella no lograba distinguirlas, era la vista de un mundo agitado.

Alexandro limpió meticulosamente su asiento con el pañuelo de tela de algodón que le había regalado su madre, las gotas de lluvia desaparecían empapando su paño sin ningún desperdicio. Se acomodó nuevamente, tratando de estar confortable para seguir viviendo de sus recuerdos dichosos. De pronto, un pasajero que estaba a dos puestos de él, encendió su radio portátil sintonizando una canción que le llegó al alma de Alexandro, esa música lo transportó a una fiesta en donde bailaba con Rimar, la recordaba lúcidamente, hasta la olía, su perfume dulce lo llenaba de luces, de aromas deliciosos, de personas lindas que los acompañaban en ese baile de novios, en esa danza de jóvenes soñadores, donde la vida era eterna y maravillosa. Cada paso sincronizado, cada movimiento de su cuerpo engalanado con un conjunto oscuro, que hacía resaltar su tez blanca y el rubio trigal de su cabello hermoso. ¿Todavía le gustará bailar? Se preguntó en voz alta. De nuevo el mismo se sorprendió. Ya no eran los jóvenes de antes. Habían pasado 44 años.

Nicolás Elcid, se estrenaba como piloto de tren, después de seis meses de arduo entrenamiento logró sacar su licencia de conductor del caballo de hierro, creía tener todo bajo control, la velocidad era la indicada, pero para un clima seco, detalle del cual no se había percatado, se acercaba a un curioso y peligroso túnel cuya trayectoria era curva, muy inclinada, que ameritaba un descenso drástico de su velocidad. Antes, él era chófer de autobús, pero su padrino Rafael lo había recomendado ampliamente para el puesto, a pesar de saber que su ahijado tenía un pequeño retraso mental y jamás pudo culminar su bachillerato. Pero era la única manera de garantizarle a su comadre una fuente de sustento fija y confiable. De esa manera la familia quedaba acomodada si algo le sucedía. Este era el piloto del tren de Rimar.



Giovanni Palaveccini, hijo de italianos emigrantes, había sido un alumno excelente de la Academia Profesional de Oficios Especiales, institución de mucho mérito y prestigio en el país, estaba estrenándose como piloto oficial del Tren de la vía Principal Ferrocarrilera. Se sentía orgulloso de haber logrado su meta, después de tanto sacrificio económico y estudios entrecortados por las crisis sucesivas por las cuales atravesaba su país. Fue el primero de su clase. Este era el piloto del tren  de Alexandro.

Rimar comenzó a sentir una angustia inusitada, estaba perpleja, nunca había sentido algo semejante, no sabía precisar el sentimiento exacto, muy extraño, pero atemorizante, veía a través de la ventana empañada por la lluvia, como el paisaje se difuminaba entre grises y oscuros nubarrones, un relámpago iluminó el estero del campo por el cual transitaban a mucha velocidad, abrió los ojos de manera desorbitada pues  creyó haber visto figuras fantasmagóricas que le hacían recordar los malos tiempos de su juventud, un trueno espantoso la hizo retornar a la realidad, miró nerviosa a su alrededor y observó a los demás pasajeros completamente dormidos, le extrañó mucho por el ruido que producía la tormenta.

Buscó instintivamente su teléfono celular y miró la hora, eran las tres de la tarde, hora de la Coronilla de la Divina Misericordia, ella acostumbraba a rezarla todos los días, pues sabía que tenía que ser agradecida con Dios por todo lo que le había dado en esta vida, cerró los ojos y comenzó interiormente a recitarla; “Expiraste, Jesús; pero la fuente de vida brotó para las almas, y el mar de misericordia se abrió para el mundo entero. ¡Oh, fuente de vida, insondable misericordia divina!, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros…”


Alexandro volvió a mirar su reloj, eran las 3.00 pm, la angustia que tenía inexplicable lo llevó a recordar que era la hora de rezar la Coronilla de La Divina Misericordia y comenzó a rezarla hasta terminarla “…Oh Sangre y agua que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de misericordia para nosotros,  en Ti confío.”

Alexandro, levantó su cabeza y miró por la ventanilla, se acercaba al túnel, una espesa neblina cubría el paisaje y los relámpagos iluminaban el interior del tren, fotografiando los rostros de los pasajeros profundamente dormidos, alejados de ese clima tempestuoso que los rodeaba.

Alexandro se acordaba de Rimar, y se seguía preguntando, - ¿tendremos una segunda oportunidad?-  Imposible, a esta edad-, se contestaba él mismo- Tendríamos que nacer de nuevo, pronunciando esto, se quedó pensativo, recreando ese primer encuentro. De pronto vio a lo lejos, en el interior del túnel, una luz que se aproximaba. Notó algo extraño y se quedó atento a lo que pasaba.

Nicolás Elcid se puso sumamente nervioso, el tren no disminuía su velocidad al entrar al túnel,  que interiormente tenía una curva muy difícil de sortear, bastante peligrosa, el túnel era muy antiguo y no había sido modernizado, por allí podían transitar dos ferrocarriles a la vez, uno hacia el Este y el otro hacia el Oeste, pero el tamaño de los vagones modernos y la de las locomotoras no hacían fácil la maniobra si se presentaban ambos trenes al mismo tiempo, sobre todo si coincidían ambos en la curva , pudiendo ser fatal.


Giovanni Palaviccini, experto piloto de trenes entró confiado al túnel, su velocidad era moderada, suficiente para tomar la curva interior sin ninguna dificultad, se sentía a sus anchas, pues este era su recorrido número 1.000, pudiendo hacerlo hasta con los ojos vendados. Y cerró los ojos.




Rimar se cubría su rostro con la bufanda de seda color verde esperanza que  le habían regalado sus hijos el día de su cumpleaños, la usó para no ver los relámpagos que le fastidiaron siempre su vida, sobre todo de niña. Pero al sentir de nuevo la brisa exterior, se fijó que estaban entrando al túnel, sintiendo que la velocidad era muy lenta, excesivamente lenta, no sabía ella como explicarlo, pero era incapaz de mover su cabeza y preguntarle al pasajero que estaba dormido al lado de ella para corroborar esa extraña sensación. Sentía que se asfixiaba lentamente, que moría sin el aliento que le proporcionaba la brisa. Vio una intensa luz…

Alexandro, estuvo a punto de gritar cuando vio que la luz era la de una locomotora que no disminuía su velocidad, era evidente que iban a chocar. Trató de pararse de su asiento, pero una fuerza invisible lo mantuvo pegado al mismo, sorprendido miró a su alrededor, asombrado observó que los pasajeros estaban dormidos, un grito ahogado salió de su garganta. Vio una intensa luz…

 Era una mañana de otoño, los chicos entraban presurosos al colegio, una tenue neblina cubría el patio de recreo, el joven forzó sus pasos a su salón pues llegaba un poco retasado a su primera clase, comenzaba su último año de bachillerato y no quería comenzar mal con sus profesores. Al llegar se percató que el profesor no había llegado, y respiró profundamente, la tranquilidad le volvió al cuerpo.


Como siempre acostumbraba el primer día de clases, oteaba todos los pupitres buscando caras nuevas, y al llegar a la tercera fila se topó con una cabellera rubia, hermosa, adornada con una cinta verde esperanza, al verla decidió acercarse para ver el rostro de la dueña de semejante cabellera. Se acercó tímidamente y le preguntó: 
¿Eres nueva aquí?- obviamente sabía la respuesta- ¡Sí! – Contestó la joven sorprendida.- ambos se miraron fija pero tiernamente, algo les pasó en sus corazones que palpitaron fuertemente.-No sé- dijo un poco turbado el muchacho, por lo que sintió, algo extraño, como emocionante pero a la vez inquietante y cautivador- me pareces conocida- Le dijo entre cortado y poco decidido- La chica se sonrió mostrando su hermosos dientes, perfectos y blancos- ¿Quieres que te muestre el colegio?- le insinuó mientras le contestaba con su sonrisa encantadora-
¿Cómo te llamas?- le preguntó ella-
-Romar Henríquez- Le dijo sin dudarlo.
-Y tú ¿Cómo te llamas?- le pregunto él-
-Alexandra Carsell- Para servirte- le contestó con una carcajada, pues le parecía todo como una escena de las telenovelas que tanto le gustaban.
- ¿Eres de aquí?- le preguntó Romar, pues había notado cierto acento extranjero en sus palabras.
-No, soy del fin del mundo, como dice mi padre.
La conversación fue interrumpida por el profesor de Historia,
-Jóvenes, hoy hablaremos sobre el famoso accidente ferroviario que aconteció en nuestro país hace 16 años-  terminó la oración con rostro adusto esperando la reacción de sus alumnos.
-¿Por qué fue famoso Profe?- preguntó Luciano, uno de los alumnos más apreciados por sus compañeros.

_ Porque fue un accidente terrible, en donde chocaron dos trenes dentro del túnel de la curva, como así lo llaman, pero  extrañamente ningún pasajero murió, todos estaban dormidos y no supieron nunca qué fue lo que verdaderamente les pasó, solo hubo algo misterioso que las autoridades nunca supieron explicar, la desaparición de dos cuerpos pertenecientes a una pasajera del tren del Este y de un pasajero del tren del Oeste. Jamás se encontraron.- Terminó la explicación el profesor, quien observó sorprendido que Romar y Alexandra estaban tomados de las manos viéndose como si pudiesen leer sus pensamientos. Allí comenzaba la inolvidable historia de dos.




FIN

martes, 27 de junio de 2017

LA INOLVIDABLE HISTORIA DE DOS.( Primera parte)


(Relato del Libro no publicado: “Cuentos con sabor a menta” de Alí Hernández Abrahan.)


La mañana era fría, no provocaba levantarse, las sábanas estaban cálidas, risueñas, demasiado cariñosas para ignorarlas, pero Rimar no podía perder el tren, saldría al mediodía para ver a un antiguo amor, tan antiguo como su cumpleaños número 16. Ahora tiene 60. 44 años sin verlo, sin escuchar su voz, su encuentro era vivir de nuevo la pasión de aquella juventud que jamás se olvida.
Se apresuró ilusionada a levantarse, bañarse, desayunar y partir velozmente hacia la estación del tren. Por el camino, mientras se dirigía a su punto de partida, iba recordando aquel noviazgo de adolescentes, las imágenes iban surgiendo sucesivamente, aquel primer beso en la escalera, la mirada que se entrelazaba sin pudor entre los dos, atravesando sus almas para descubrirse ingenuos y puros en medio del patio de recreo del colegio donde estudiaban. Ambos atractivos, siempre llamando la atención sin quererlo, despertaban envidias de sus compañeros de estudio, eran una pareja ideal. El amor comenzaba a penetrar en sus corazones.



Alexandro estaba nervioso, su ansiedad por ver de nuevo a Rimar lo mantenía despierto a pesar de lo tedioso y largo del camino, no sabía cómo iba a reaccionar pues le llegaría de sorpresa, el tren corría por los rieles apartando el tiempo de su mente, llevándolo hacia el recuerdo que creía había olvidado por completo. La risa franca y hermosa de Rimar, su cabello largo, liso y dorado que servía de marco a su rostro pálido y pequeño, de su nariz menuda y sus labios carmesí sensuales y provocativos.




Alexandro cerró sus ojos, respiró profundamente para seguir soñando. Cuando le dijo por primera vez que la amaba, sentía el nerviosismo de aquel entonces, las palmas de sus manos sudaban, sus palabras se entrecortaban, para un muchacho tímido como él, el esfuerzo fue muy grande, pero su amor por ella lo venció todo.


Recordaba cuando la vio por vez primera, sentada en su pupitre, charlando con su voz  fina y acento extranjero, su cabello adornado por una cinta verde que le hacía resaltar sus ojos intensamente negros, brillantes, llenos de vida, el uniforme vino tinto se ajustaba perfectamente a su silueta pequeña pero encantadora, parecía un cofrecito resguardando una preciosa joya. Habían pasado 44 años.


Esa mañana de otoño, nunca la olvidaría, el frío comenzaba a penetrar sigilosamente a los salones de clase, obligaba a todos ajustarse los abrigos y cerrarlos a los cuellos hasta el mentón para no tiritar de frío. Se acercó disimuladamente hasta donde se encontraba sentada Rimar, y le habló decisivamente:- ¡Hola! -¿Eres nueva?- le preguntó sabiendo la respuesta que era obvia.-  Rimar lo miró por primera vez y allí, desde ese mágico momento sus vidas cambiaron para siempre.-  Sí, claro ¿y vos? –le contestó con su acento divino, de una región del fin del mundo. ¿Yo?- le contestó Alexandro pensando que le contestaría- No…¡tengo ya dos años en la escuela!, si quieres te la muestro!- le contestó entusiasta. Esa conversación nunca la olvidó, fue el inicio de su primer y verdadero amor de adolescente, donde comenzaría a experimentar la delicia de la pasión juvenil y a sufrir la ingenuidad del corazón. ¡Habían pasado 44 años!.



Rimar se arregló su cabello que aún conservaba largo y sedoso, la ansiedad que le provocaba reencontrarse con el pasado, le abrumaba por todo lo que conllevaba, la incógnita que significaba volver a ver a un ser que había amado con todo el corazón de una joven que sintió pasión por primera vez. Su primer amor en tierras extrañas, su amigo y compañero que la ayudó a soportar la separación abrupta que tuvo, al dejar a su país por causas obligadas y no concertadas. Ese amor, que la ayudó a olvidar las riquezas que dejaba, los privilegios que tuvo  y a sus amigos queridos que la adoraban.

Rimar chequeó sus maletas antes de montarse al tren que la llevaría al pueblito donde se encontraría con Alexandro, la verdad era que le llegaría de sorpresa, él no sabía que ella aparecería de repente sin previo aviso, era un punto neutral de sus vidas ya sexagenarias, pero bien vividas, y con ganas de iniciar una nueva etapa que les inyectaría el sabor y la sazón que hacía ya mucho tiempo no degustaban. Tenía ya 25 años sin pareja, su ex marido la había dejado, era un alcohólico irresponsable, que la maltrataba y nunca la valoró como mujer y esposa, ella misma no sabía como lo había soportado por tanto tiempo, creía que podía transformarlo, cambiarlo, que algún día llegaría la metamorfosis, la transmutación tan anhelada, pero eso nunca ocurrió. Mientras esos pensamientos viajaban incontrolables por su cabeza, se tocó instintivamente las cicatrices terribles que le habían dejado ese amor enfermizo que la hizo tan desdichada. Sus tres hijos varones siempre la apoyaron y jamás volvieron a ver a su padre. Rimar era una profesional universitaria con títulos de postgrado, muy bien preparada e inteligente, a pesar del maltrato a la cual fue sometida, jamás doblegó su espíritu, y su autoestima siempre salió fortalecida.
Cuando llegó al país, era una chica de sonrisa fácil, hermosos dientes enmarcados por una boca de labios sensuales, delicadamente carnosos que le daban un aspecto exótico, sensual, muy atractivo.  De baja estatura pero de cuerpo anatómicamente bien equilibrado, casi perfecto. Era en su totalidad una figura delicada, para admirarla, para soñarla. Así la recordaba Alexandro, hacía ya 44 años.

 Mientras esas imágenes iban pasando, él observaba sus manos, arrugadas, llenas de manchas y uno que otro dedo medio torcido por la artritis, al observarlas, recapacitó, salió repentinamente de su ensueño y se dio cuenta de su realidad, ya estaba viejo, él era ahora una persona, de esas que la sociedad moderna se ha antojado en llamarlas “de tercera edad”, pero extrañamente sentía que una nueva fuente de energía lo invadía cada vez que el recuerdo de ese primer amor llegaba. Estaré viejo- pensaba- pero mi espíritu me dice que aún tengo amor en el alma- y rompiendo su silencio y hablándose a si mismo dijo en voz alta.- Aunque sea un momento, volveré a sentir la pasión que tuve un día- al terminar la frase, se dio cuenta que pensaba en voz alta y que varios pasajeros lo observaban extrañados por la interrupción abrupta del sonido reinante de los rieles del tren. Alexandro se sonrió y con un gesto de aprobación a si mismo saludó con  mirada plácida a sus compañeros de viaje. La verá después de 44 años.



Arrancaba al fin el tren, Rimar se acomodó al asiento y bajó la ventana para que la brisa acariciase su terso y blanco cutis, le encantaba la sensación de la caricia del viento en su rostro, sentía que su cara se rejuvenecía, sus arrugas desaparecían, naciendo de nuevo como niña. De momentos cerraba sus ojos y volaba con su imaginación, 44 años atrás, cuando era adolescente y llena de vida.

Su primera salida al cine con Alexandro, cuando fueron a ver “Historia de Amor”, una película romántica pero con un final triste, nada esperanzador. Recordaba como Alexandro acercaba su mano a la de ella tímidamente, rozaban sus rodillas acariciando sus piernas, sintiendo al contacto un escalofrío inusual que recorría veloz todo su cuerpo, estremeciéndola, a la vez que vibraban sus almas, deseosas de buscar el primer beso travieso que se darían en el cine. Cuando juntaron sus labios, sintieron el calor de su amor que se encendía en fuego primigenio y que guardarían por siempre en sus corazones. Al final de la película, que fue muy triste, ambos lloraban por esa historia en la cual no había un final feliz, la muerte de la protagonista y el dolor inconsolable del novio, simbolizaban lo desconcertante e impredecible que puede ser el amor, aunque sea verdadero, aunque sea puro y sincero, solo Dios sabe si será eterno.

Rimar sintió frío, medio cerró la ventanilla y miró fijamente el paisaje que iba pasando delante sus ojos, llanuras verdes y árboles que comenzaban a desnudarse de sus hojas, un remanente de flores silvestres agonizaban al paso del otoño. Se dio cuenta que había derramado algunas lágrimas al evocar aquel emotivo momento. Suspiró profundamente y le agradeció a Dios haber vivido tantas aventuras maravillosas a pesar de sus muchos sufrimientos.



Pegado a su ventana, Alexandro no dejaba de admirar el cuadro maravilloso de la naturaleza, brindándole como pantalla de cine aquel paisaje que caminaba a la velocidad del tren, el viento le obligaba a medio cerrar sus ojos, invadidos por él, lagrimeaban, refrescando su vista ante tanta belleza.
Rimar tenía una madre que lo abrumaba de preguntas sobre su país. Muy crítica, lo absorbía en sus conversaciones, hablaba más con ella que con la propia Rimar. Tenía una personalidad dominante, interesante, llena de anécdotas de una vida exitosa, por demás. en los últimos años azarosa. Era una mujer de edad mediana, muy atractiva y elegante, con cierto aire de actriz de cine de los 50’. No se acostumbraba al cambio, su país era para ella, un país de primer mundo, comparado con el país de Alexandro, al cual lo tildaba de atrasado. El nombre de ella nunca se le olvidaría, Selena, misteriosa como la luna.

Alexandro tenía ya 10 años de viudo, su mujer había muerto en un accidente muy extraño, algunos decían que se había suicidado, en fin su vida marital ya había comenzado a languidecer desde hacía mucho tiempo atrás, el desamor de su esposa lo había decepcionado del matrimonio, a pesar de haberla amado con su alma, sentía que poco a poco se alejaba de aquella mujer, con la cual solo tuvo una hija, Patricia, la niña de sus ojos. Su esposa al paso de los años fue cambiando su personalidad, tornándose mentirosa y egoísta, solo pensaba en ella, no compartía ni se interesaba en las cosas de él. Alexandro era periodista, un destacado e importante columnista del principal diario de su ciudad, además de haber escrito varias novelas y libros de poesía galardonados en concursos internacionales. Era un hombre muy creativo y no dejaba nunca de escribir, era su pasión, su razón de vivir. Su mujer jamás se interesó por sus escritos, ni siquiera por curiosidad los leía. Simplemente no les importaba. Fueron 34 años de indolencia, de total apatía hacia su querido trabajo.