La memoria atormentaba
a su alma, recordándola como si fuese ayer.
La piel, su perfume y
la suavidad de sus labios, el calor de la vida en cada beso apasionado.
Las palabras grabadas
del último adiós, los ojos empañados de alegría por saber que ese amor nunca
moriría.
Y gritaba:
Memoria despiadada
para qué sirves, sino está mi amada, no me tortures más, los recuerdos viejos
no deben volver.
El hombre viejo vertió
una lágrima, pues su deseo no podía ser, de ese gran recuerdo jamás se podía
deshacer y sufriría hasta un nuevo amanecer.
Triste vivió el hombre
viejo, recordando momentos en los que fue feliz con su amada.
El anciano, parado en
el risco, donde la brisa golpeaba, su rostro reía al ver que fallaba, su
espíritu iba buscando su amor y exclamaba:
¡Memoria ingrata,
vuela de aquí, no vendrás conmigo cuando vaya a partir!
Esperando su vuelo, ya
tiene el boleto para el viaje sin tiempo.
El viejo partió y a su
memoria dejó, al otro lado llegó y con su recordada amada se encontró.
Ella le dijo: Aquí no
hay presente, pasado o futuro, la eternidad es el sin tiempo que nos espera mi
amor. Para siempre, por siempre. Sin agujas que marque el reloj, sin calendarios
que indiquen tus días.
Entonces por Ley
Divina, campanas y risas, abrazos y albricias, se unieron el niño-joven-viejo
con su otra parte niña-joven-vieja, en otro universo distinto que nunca
terminaría, en constante crecimiento. Jamás perecerá.
Pues el verdadero amor
es así, sin tiempo y sin momentos, sin recuerdos y sin presentes…Infinitamente
para siempre.
Alí
Hernández Abrahan