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sábado, 17 de marzo de 2018

Micro-relato . (16) El Viaje




Caminó pesadamente hacia el automóvil, casi arrastraba sus pies, pero a pesar de todo no se amilanaba por los obstáculos propios o extraños que se le presentaban, andaba erguido, a pesar de su lentitud no dejaba la impresión en el viento, sabía hacia donde iba, mejor dicho hacia donde lo llevaban. Don Hermógenes disfrutaba mucho sus paseos dominicales en el pequeño carro de su hijo, un sedán asiático de 4 cilindros que lo conservaba siempre listo y apropiadamente limpio. Cada arruga de su rostro parecía desaparecer por arte de magia, cuando la brisa intrépida se colaba fría sobre su vetusto rostro, arrugando más aún su frente amplia y achicando sus ojos levemente azules.

Don Hermógenes instintivamente  agarraba su fina gorra de lana gris, porque el ventarrón que lo arropaba, amenazaba con quitarle esa prenda tan querida, que le había regalado su nieto adorado, y que ya no volvería a ver pues había emigrado al fin del mundo. Su hijo Arsenio trataba de complacerlo, quería que su padre se sintiera a gusto, sabía lo que le gustaba esos recorridos domingueros, por las calles angostas de su amado pueblo, trataba de identificar a través de la ventana cuando iban pasando, a las  antiguas edificaciones que le traían recuerdos gratos de su juventud junto a su amada familia. Pero Don Hermógenes comenzó  a comprender que este nuevo paseo tenía características distintas, su hijo le había colocado música de la época de su juventud, se emocionó mucho, sus ojos se lavaron quedamente  con las lágrimas escasas que salieron impertinentemente. No necesitó limpiarlas, la brisa las secó rápidamente. Tarareaba sus canciones, las estrofas eran casi siempre incompletas, “Adiós muchachos compañeros de mi vida…taratatata , hoy me toca a mí emprender la retirada….” Y así la canción entrecortada dentro de su mente agotada, vislumbraba un caminito que hace tiempo, pero mucho tiempo, lo vio pasar.

A sus 96 años le pedía a la vida su muerte, ya había vivido demasiado, su mente disparataba  a veces pensamientos insensatos, los trasladaban a épocas remotas de felicidad inconclusa, pasajera, no sabía si vivía un sueño, o si estaba muerto, una  paz inexplicable embargaba en silencio su memoria, el caminito empezó a cambiar, le parecía familiar aquella hilera de sauces llorones que como abanicos tristes despedían a los que por allí pasaban. Era tiempo de partir…pensaba. De pronto la caravana de carros negros paró frente a una parcela de tierra recién removida. Don Hermógenes despertó sobresaltado, oyó una voz conocida… -¡Abuelo!- musitó llorosa una linda jovencita.-“Baja del carro, para que despidamos a mi papi a su último viaje”. – Terminó la frase abrazando fuertemente a su querido Nono. Don Hermógenes se acercó al ataúd que recién habían sacado del carro fúnebre, y dijo: “Adiós hijo, el boleto para ese viaje era para mí, ¿Por qué me lo quitaste?..” Frustrado… lloró en silencio.

ALI HERNÁNDEZ ABRAHAN