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viernes, 28 de septiembre de 2018

PSIQUIS( CUENTO CORTO)



Allí, en esa sala, áspera, de colores disueltos, sin gracia, ni gusto; Alberto observaba, siempre allí, con su cara petrificada, inamovible, sin hablar…simplemente miraba. Cómo habían pasado los años, lo poco que cambiaba en el ambiente, era un soplo de polvo que a veces, sin su permiso lo arropaba, tenue y palpable, síntoma de su poco avance, él siempre fue una persona íntegra, idealista, sin ambigüedades éticas, defensor de la vida y de sus breves encantos, ese  polvillo en su traje apenas lo incomodaba. No era fácil para él. Alberto sentía que no envejecía, como si al tiempo no le importara.

En un principio todo tenía que ver con él, lo miraban, le hablaban, sus hijos lo tomaban en cuenta, lo tomaban y abrazaban con lágrimas entre sus mejillas, salpicadas a veces de risas involuntarias por ese amor siempre presente a pesar de sus rencillas.

Cuando su hija mayor se acercaba a hablarle, Alberto se estremecía de amor paterno hacia el primer fruto de su sangre, la amaba profundamente, al igual que sus otros hijos,  sentía entre sus brazos que ella  lo amaba con descargas de sentimientos encontrados. Ella lo miraba fijamente y le reclamaba lo duro que fue con ella, él pensaba que si no hubiese sido así, ella no sería la mujer que era, con temple, decidida, con un carácter firme que la ayudó siempre a ser determinante y a cumplir con sus metas. Pero, callaba, ella algún día lo comprendería.

En esos encuentros abundaban los silencios de hastío, los cristales de lágrimas llenos de arrepentimiento tardío. – Papá – era la palabra que salía quedamente de sus labios, conteniendo un sollozo que ahogaba ese gran amor hacia Alberto. Él solo la miraba pasivo, queriendo abrazarla sin poder hacerlo. Pensaba, y con temor a que escuchara sus pensamientos “Hija, no sabes cuánto te amo, pero aprender a ser padre es muy difícil, trae una mezcla de gran felicidad, pero también de mucho miedo, el temor de fallarte, de hacerte daño sin querer, de cubrir todas tus necesidades, dándote siempre lo justo para que nunca pecaras de vanidosa ni de egoísta, para que tu corazón siempre perdone y ame sin límites y seas un gran ser humano.

Su hija lo miraba, suspiraba hondamente, como absorbiendo esos pensamientos invisibles, inaudibles, pero que por magia filial llegaban a su corazón, haciéndole recordar lo mucho que lo amaba. Esa conversación de corazones, de espíritus unidos por la sangre, siempre terminaba con un beso de ella hacia él, dejándolo solo en la sala.

A veces pasaban los días y llegaba su hijo el duro, a el que le decía muchas veces “los hombres no lloran”, pero su hijo era como él, de sentimientos a flor de piel, que amaba profundamente a su esposa y a sus hijos. Cuando lo iba a ver, se sentaba frente a Alberto, se miraban largamente en silencio, sabiéndose ambos cómplices de una amistad entre padre e hijo, diferente, con una admiración profunda, ambos se amaban con respeto. Siempre su hijo iniciaba la conversación. – Papá, sabes, hoy me ascendieron en mi trabajo, las cosas van muy bien…Gracias a ti, siempre siguiendo tus consejos…Gracias viejo; terminando la conversación con su acostumbrada frase mágica de veneración a quien tanto ama “Bendición papá”.

Alberto sentía un especial orgullo por su hijo, desde muy joven fue un gran trabajador, responsable e inteligente, ahora convertido en un excelente padre, esposo y hermano, muy independiente siempre. Su hijo lo estrechó entre sus manos despidiéndose con un beso. Cuando se iba, Alberto lo bendecía, al igual que hacía con sus amadas hijas.

El día transcurría, la sala en silencio. La luz del gran ventanal que entraba en la mañana, se reflejaba en el rostro de Alberto, que plácidamente se calentaba, le agradaba mucho esa hora del día. Sentía  que esos rayos lo vitalizaban, lo recargaban, aunque él no se movía.

Así pasaban las horas, hasta que la pequeña aparecía, era la última, la que Dios le regaló cuando menos lo esperaba, con ella recibió la última bendición como padre que El Supremo le envió. Fue como un renacer de su Ser, pero también un gran reto como hombre, ya era viejo cuando ella llegó, creía que estaría pocos años con ella, tal vez, de sus hijos, la que  mejor lo conocía. Ella fue en una época su compañera de trabajo, sabía realmente cómo era su papá; cómo lo apreciaban las personas que trabajaban con él, así como algunas lo envidiaban, o porque no respondían a sus exigencias y disciplina en el trabajo.

Ella era la que más admiraba y respetaba a su papá. Alberto tenía una gran debilidad por ella, pues era su hija más dulce y cariñosa con él, ese afecto especial que necesita todo ser humano, sobre todo en la vejez.

 Cómo le alegraba el día cuando ella lo visitaba y se sentaba frente a él y le decía, “Papá te amo, te quiero mucho, y te doy gracias por todo lo que me enseñaste, cada lección tuya la llevo en mi corazón y nunca se me olvidan. Eres un gran papá, luego ella lo besaba muchas veces, despidiéndose con la bendición, esa palabra divina que une corazones, no importa donde estén las personas que la pronuncian o la escuchan.  Alberto los bendecía siempre y le daba gracias a Dios por sus hijos, un regalo de la vida que siempre disfrutó.

Su mujer a quien siempre amaba, lo veía, allí en la sala, siempre esperándola. A veces se acercaba cuando el remordimiento la acosaba, hablaba con él, le pedía que la perdonara, se  miraban por largo rato, el silencio era terrible, como leyéndose el pensamiento ¿Qué pensaba ella? Se preguntaba. ¿Por qué envejece tan rápido? ¿Por qué sentía que ya no la deseaba como antes? Allí en esa sala, veía como pasaban sus hijos, sus amigos, había cierto misterio en ese lugar que él aún no se explicaba. Hasta que un día, vio a su mujer encanecida, pero con mucha gracia y belleza, se acercó hacia él, lo tomó entre sus brazos y le dijo con nostalgia.- Alberto, no quiero seguir envejeciendo sola, hace ya años que partiste y me he encontrado un nuevo compañero, aún te amo en el recuerdo venerado, lo siento amor, la vida hay que vivirla.


-.Terminó sus palabras llenas de emoción, sentía descargar toda esa angustia que tenía por ocultar esa nueva relación. Lo miró con sus ojos cubiertos de la lluvia del alma, esa que solo sale cuando el corazón se agita. Miró a su alrededor para ver si alguien los observaba, colocó con mucho cuidado y cariño el retrato de su esposo en la mesita de la sala, lo limpió despacio con la manga de su blusa y lo miró con un nudo en la garganta.
Allí en ese momento, Alberto comprendió que solo era un retrato con psiquis, con alma, que nunca quiso abandonar su casa.

ALI HERNÁNDEZ ABRAHAN

sábado, 22 de septiembre de 2018

¡A ESA EDAD!


 A esa edad cuando tragábamos amor sin saberlo,
 con tesón ni desmedro,
en la oscuridad del mundo materno.
A esa edad sin colores de vientos
Y olores de aspavientos.
A esa edad de cruces y caminos
Con destinos y desatinos.
A esa edad de sueños y pesadillas
Sin sustos ni comidillas.
A esa edad de chismes y comentarios,
Vanidades estúpidas,
 Engalanaban  el calendario.
Soles, solos, tristes y eternos.
A esa edad nos creemos
Brisas de sentimientos,
Dolores sin remordimiento.
A esa edad que todo lo puede,
Todo lo sabemos,
arrogancia sin decencia.
A esa edad de dudas y verdades,
Preguntas incontestables,
de aburridos saberes.
A esa edad de amigos inservibles y
De entrañables invisibles.
Vives de recuerdos de aromas
 y música de amapolas
que pintan el alma,
sin saber de dibujos y tramas.
A esa edad, de cuerpo cansado
Sin remedos ni regaños.
A esa edad, la que recuerdas
 de vida apasionada,
De playas con olas enamoradas
y montañas de verdes atardeceres.
En aquel lugar bonito,
Rodeado de gente empática
 que lloraba de risa,
contigo, tu alma y tu prisa.
A esa edad amigo mío,
Sentirás lo que te digo,
Solo a esa edad
 que vivirá siempre conmigo.
Alí Hernández Abrahan

martes, 11 de septiembre de 2018

La otra Vida. Micro relato



Llevaba mucho tiempo según él  en ese lugar, aunque era un sitio cálido, generoso y acogedor, sentía que tenía que partir. Su hermano, en su silencio, compartía la misma opinión. Era tiempo de buscar ruta hacia una nueva vida. Era difícil salir de allí, pues lo tenían todo. Algo instintivo, inexplicable, los obligaba a salir de su mundo, el mundo que los vio nacer, que los ayudó a transformarse en lo que hoy eran, unos seres humanos llenos de potencialidad, con un futuro incierto pero atractivo, irresistible, sediento de aventuras y retos que tendrán que asumir apenas llegaran a su destino. -No fue fácil vivir en este lugar- pensaba él mientras observaba a su hermano moverse perezosamente, acomodándose para su partida, sabían que se irían pero aún no sabían cómo. Era necesario hacerlo, ese lugar ya no era apto para ellos, pues necesitaban más, su ambición por una vida nueva los impulsaba sin cobardía a dejarlo sin ningún tipo de contemplaciones, estaban firmemente decididos.



Pero, de repente les embargó la nostalgia, allí en ese lugar donde jamás estuvieron solos, en donde sufrieron una transformación fundamental, en la cual comprendieron que alguien muy poderoso los cuidaba,  y que disfrutaron de una sensación de ternura que nunca los abandonaba, desde otro mundo los amaban, los cuidaban y los vigilaban. Dios Todo Poderoso los invitaba a que fuesen valientes y disfrutaran de esa nueva vida que se les brindaría apenas llegasen a su destino. Muchos, antes que ellos, han hecho lo mismo. No hay por qué tener miedo. Saben que los están esperando con los brazos abiertos. Los dos comenzaron a sentir un frío repentino, el miedo se apoderó de ambos ante la incertidumbre de una luz enceguecedora que veían en una especie de túnel  el cual atravesaban tomados por una fuerza repentina que los sujetaba por sus piernas, su hermano gritó primero, y lo oyó que lloraba inconsoladamente, su miedo iba creciendo en la medida que era arrastrado sin piedad hacia esa luz resplandeciente, sintió un frío helado que corría su cuerpo y algo lo cubría arropándolo de manera inesperada.





-Muy bien_ dijo el doctor mientras le señalaba a la enfermera la balanza para pesarlos y la cinta para medirlos.—Son dos hermosos bebés-  exclamó satisfecho. Ahora están en  otra vida.


ALÍ HERNÁNDEZ ABRAHAN

lunes, 10 de septiembre de 2018

¡Soy Feliz!



No quiero herir a nadie con mi canción,.
Ni que nadie envidie mi vuelo
¡Soy feliz sin ton ni ron!
Voy caminando seguro y en compañía
De una mujer que quiere que sonría,
Do Re Mi son las notas de mi alegría
Río, canto y grito de contento
¡Soy feliz sin ton ni ron!
En el momento.
La vida es amor en sonrisas solitarias,
No necesito bulla para expresarlas.
Vengan lluvias de carcajadas
Acompañen mi vals
Las risas de mi alma.
¡Soy feliz sin ton ni ron!
El amor disipa todas mis tristezas.
Se acabaron para mí las asperezas.
Siento en su mirada la franqueza,
Voy a morir junto a ella.
La felicidad nunca me deja
¡Soy feliz sin ton ni ron!
¡Salud! Brindo por fin,



Por los que me quieran seguir,
Amen, amanse y no dejen nunca de sonreír,
Dios tan bondadoso
Nos lo has dado todo
Hijos, nietos, inteligentes y preciosos,
Amigos y familiares son partes del Tesoro,
La mujer que amo  desde tiempos sin fechas,
Risueña, Inmensa, Tan Amorosa,
Se encuentra dichosa entre mis brazos.
Experiencias de amor que nutrieron mi alma,
Tiempo vivido, tiempo de olvido,
No hay rencores, sólo bendiciones,
Cada minuto, cada segundo,
Dios me acompaña.
Gracias por todo lo recibido,
Por todo lo vivido,
Punto y siempre seguido,
Amando los unos y a los otros,
¡Sean Felices sin ton ni ron!
Como yo así lo he sentido




ALÍ HERNÁNDEZ ABRAHAN