Él lo había jurado ante
ella. Un juramento muy recordado cada año vehementemente, como lo dijo, lo juró
firmemente, Jamás sería infiel. Era su palabra, estaba comprometido su honor, y
por supuesto su conciencia se lo reclamaría. Pero era tan apetecible. Su color
de piel, su perfume natural, cálido. Mezcla étnica insuperable. Sentía un
intenso deseo de saborearla, estaba excitado como nunca, sus papilas destilaban
agua de amor, de anhelo; pero reflexionaba… “será sólo una vez, lo prometo”.
“Ya estoy viejo” repetía en su cabeza, “y
esta oportunidad no se me presentará otra vez”. Está lejos de su hogar, en otra
ciudad, nadie lo conoce. Lo hará, y ya no lo volverá hacer, ahí quedará el
recuerdo de tan anhelado momento.
Pensaba “la carne es débil…somos humanos
imperfectos” después pedirá perdón…o no se lo dirá jamás, será su secreto
íntimo…nadie lo sabrá…sólo él, y por supuesto, la que la acompaña en su pecado.
Ella, la hallaca más suculenta que había visto y olido en años. “Mirando al
cielo exclamó “.Perdóname mamá, tus hallacas fueron las mejores. Y el tenedor
penetró con su magnífico manjar imitando al desafortunado Adán, que luego lamentó toda su vida semejante infidelidad.
ALÍ HERNÁNDEZ ABRAHAN
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