Le costó enterrarla. Observó triste la prenda que
guardó como recuerdo preciado de su amor por ella. Por su mente se posaban como
fotografías los momentos más preciosos de sus vidas, como cuando él llegaba a
casa y ella salía contenta llena de alegría demostrarle su amor de fiel
compañera. Su amor único y verdadero.
La tuvo que matar. Ya ella no podía valerse por sí
misma. Era preferible que muriera. Echó la última palada. Oró en silencio por
ella, la extrañaría; le pidió perdón por matarla. No amaría a otra como a ella.
Juró nunca más tener perras mascotas.
ALÍ HERNÁNDEZ ABRAHAN
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